sábado, 23 noviembre, 2024

Marcelo Subiotto: Esto es lo que quiero hacer el resto de mi vida

Marcelo Subiotto tiene una prolífica carrera como actor. Pero, desde el año pasado, su cara ha empapelado abundantes espacios físicos y digitales, a raíz de estar en los afiches del éxito cinematográfico de Puan (de María Alché y Benjamín Naishtat). Allí, junto a Leonardo Sbaraglia, se plantea una disputa académica entre dos profesores de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, que deja al descubierto la vida cotidiana, vista con mucho humor, de la prestigiosa institución, que, en la ficción y en la realidad, ha sufrido y sufre diversos ataques. El film ha recibido numerosos reconocimientos, entre ellos, estuvo nominado como Mejor Película Iberoamericana en los Premios Goya, y se llevó el de Mejor Protagonista para el propio Subiotto, en el Festival de San Sebastián 2023. Asimismo, actualmente el actor sostiene una obra de teatro, él solo en el escenario, Los pájaros. Escrita por Juan Ignacio González, quien también la dirige junto a Ignacio Torres, se ve los domingos a las 20, en el Teatro del Pueblo (Lavalle 3636). En la pieza, el personaje de Aldo va dando cuenta de su mundo interior, atravesado por sus viajes en moto y la observación de las aves.

—¿Qué te interesó de este proyecto teatral?

—Los pájaros es una obra muy especial. Lo que más me interesó fue el mundo de Aldo, alguien que me parecía cercano a un roquero de los setenta, un personaje de la contracultura en tiempos de las redes sociales y las trampas del algoritmo. Tiene una inocencia y una apertura a las experiencias del mundo, muy atractivas. Cuando empezamos a ensayar con Juan, la experiencia se potenció muchísimo.

—¿Qué te genera sostener el escenario solo?

—Estar en un formato unipersonal de teatro extrema las condiciones en las cuales sucede el encuentro dramático. En el teatro, hay un encuentro, una ceremonia, un presente del que no se puede escapar ni eludir. Hay algo de formato antiguo que te obliga a una conexión primaria, donde no media nada entre vos y el espectáculo. En el unipersonal, al estar solo frente al público, eso se potencia. Esperamos generar en el espectador una invitación; no es una propuesta para seducir. Es una propuesta para el encuentro; no se trata de gustar, sino de conectar con el otro. 

—“Puan” es una película que habilita inmediatamente una lectura política. Tomando este punto de partida, ¿qué pensás acerca de la relación entre arte y política?

—Cuando se cuenta una historia, el lugar donde sucede la trama hace visibles las condiciones en las que los personajes viven, se vinculan, se relacionan con sus problemas, y a la vez, a esos personajes uno puede reconocerlos en su propio cotidiano. Entonces, hay una instancia de lo político que se manifiesta. Entiendo que el 99 % de las historias tienen esos ingredientes, aunque se trate de La guerra de las galaxias o de Los Simpson. Creo que lo político, muchas veces está en el espectador, en su capacidad de interpretar lo que ve. Es verdad que muchas veces un material puede ser abordado desde su creación sin ningún tipo de intento de dar una mirada política, pero eso no lo deja fuera de la posibilidad de leerlo en esos términos desde quien es espectador. Puan es una película a la cual la coyuntura política le subrayó esa instancia, una problemática que está relacionada con la educación pública y que la hace, digamos, política, en el sentido de que quien la ve saldrá de la sala con preguntas o con algún tipo de posición tomada respecto a esa situación que la película plantea. Yo encuentro a Puan mucho más amplia, pero las circunstancias en las que una película, una canción, un poema, una escultura son recibidas por el público en determinado momento histórico les dan una relectura que excede a sus autores. Eso me parece maravilloso.

—¿Cómo te repercuten los premios que “Puan” va recibiendo y qué lugar ocupa en tu trayectoria?

—Puan es hoy parte de mi presente, está sucediendo aún, con lo cual me es un poco difícil decir qué lugar ocupa, justamente porque aún está en proceso. Los premios y nominaciones que la película está recibiendo me dan mucha alegría, porque hay un reconocimiento desde diferentes miradas, diferentes lugares del mundo, que hacen sospechar que la película tocó una fibra muy particular, como suele decirse, algo universal, algo profundamente humano. El cine es una potencia colectiva activa, y lo que al público le pasa lleva esa potencia a dimensiones bellísimas.

—¿Cómo es tu personaje en la serie “El eternauta”? ¿Qué podés adelantar al respecto?

—Aún no puedo decir cuál es mi personaje. Sí puedo decir que fue una experiencia hermosa, dirigida por Bruno Stagnaro, director increíble, y con un elenco impecable. Es una serie sobre un cómic icónico. Espero que no sea devorada por esta imposibilidad que tenemos como sociedad de estar metidos en una mirada de blanco o negro, donde las formas de mirar y vincularnos con lo nuestro están determinadas por el color de la lente que portamos.

—¿Y qué mirada tenés sobre el panorama actual del teatro independiente, circuito al cual perteneció, por ejemplo, Puerta Roja, teatro que gestionaste?

—El teatro independiente es por naturaleza un teatro fuera del mercado, rebelde a todo tipo de intento de convertirlo en un simple producto para el consumo. Es el ADN que se manifiesta a lo largo de su historia y se ha hecho un lugar en el mundo. Son formas de búsqueda en lo estético, en lo narrativo, que no sólo escapan de la norma, sino que discuten con ella. Las políticas culturales tienen que estar allí donde están los esfuerzos por multiplicar miradas, por manifestar las voces de los márgenes, por enfrentar a discursos hegemónicos. Una sociedad capaz de tener frente a sí muchas manifestaciones de diversos sectores tiene herramientas para una real capacidad de transformación. Los teatros independientes ocupan y materializan todo eso. Tuve la oportunidad de ser parte de Puerta Roja. Lo abrimos con Adrián Canale en 2002 y duró un poco más de diez años. Funcionaba donde hoy se ha refundado el Teatro del Pueblo. El motor que nos movía era justamente el de crear un espacio donde las teatralidades alternativas eran su incentivo; algunas veces estaba lleno y otras veces éramos cuatro, pero no era el número el que le daba entidad a esas experiencias, sino lo que sucedía en esos encuentros. Las instituciones como el INT son fundamentales para que todos estos espacios sigan generando ese movimiento tan vital, por el cual el teatro argentino es reconocido y admirado en muchos lugares de Europa y América.

—¿Cómo llegó el teatro a tu vida y qué momentos profesionales te marcaron?

—El teatro llegó a mí un poco de casualidad. Iba a un club de la colectividad yugoslava, y un día apareció un taller de teatro. Aunque yo estaba más inclinado hacia la música, todos los sábados, asistía a ese taller de teatro. Al cerrar el año se hizo una muestra. Esa experiencia fue muy potente para mí. Cuando volvía a mi casa, me parecía que flotaba en el aire, y me dije: “Esto es lo que quiero hacer el resto de mi vida”. Y así fue. Desde entonces, muchos momentos me marcaron a lo largo de estos años: los grupos de teatro independiente, los viajes por las provincias que generaban sus festivales, las experiencias en salas como la Coronado del San Martín. Y en cine, filmar La luz incidente, de Ariel Rotter, y Los siete locos, de Spiner y Pitterbag fueron muy importantes en las experiencias del audiovisual. Y siempre, la curiosidad por lo que viene, lo que no sé, lo que siempre va delante de uno, invitándote a dar otro paso.

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