martes, 24 diciembre, 2024

Todos los mundos de una figura del siglo XX: la vida de Horacio Rodríguez Larreta, padre del ex Jefe de Gobierno

Un libro-objeto de 200 ejemplares circula estos días entre empresarios, artistas y políticos. Nos trae a Horacio Rodríguez Larreta, una figura del siglo XX, comprometido con la política, que amaba el arte en todas sus expresiones y que en las décadas 80 y 90 fue la llave que conectó a empresas multinacionales con sus pares locales y los gobiernos de la época.

Su viuda, Dora Sánchez, reunió testimonios sobre quien fue protagonista de su tiempo para que sus hijos menores, Antonio y Rafael, pudiesen conocer a su padre. Horacio murió en 2004 a los 69 años, cuando ellos apenas tenían un año. El ex jefe de Gobierno e la Ciudad, Horacio, Augusto y Mariano son sus otros hijos.

Augusto, Rafael, Horacio. Dora, Antonio y Mariano Rodríguez Larreta

El economista Pedro Lacoste lo pintó como una “combinación inusual, un hombre con los modales de un príncipe y la pasión de un barra brava”.

El padre de Horacio fue Augusto Rodríguez Larreta Marcó del Pont, y en esa clase social cada apellido sumaba miles de hectáreas. En ese ambiente de príncipes, Augusto fue un distinto. Abogado de artistas en defensa de los derechos de sus obras se desempeñó en Sadaic y Argentores y fue uno de los precursores del estudio Marval, O’Farell & Mairal que en aquella época se llamaba Marval, Rodríguez Larreta &O´ Farrell. Estuvo vinculado al radicalismo y llegó a ser la mano derecha de Lisandro de la Torre, el diputado demócrata progresista que denunció negociados con las carnes.

La tapa del libro sobre Horacio Rodríguez Larreta

En la casa paterna desfilaban artistas y dirigentes políticos. Y fueron esas tertulias las que impulsaron al hijo mayor, Augusto Rodríguez Larreta, a convertirse en actor.

Pero quien llevaba la batuta era su madre, Adela “Tita” Leloir Unzué, amiga de las hermanas Victoria y Silvina Ocampo y de ese grupo que integraban Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges. “Tita”, como la conocían todos, vivía en el Palacio Unzué, donde hoy funciona la Biblioteca Nacional. Frecuentaba los arrabales. Tita Merello adopta el Tita en su honor.

Horacio, junto a su hermano mayor, Augusto; estudió en la Escuela Argentina Modelo. También su descendencia. Luego partió a París. Cursó Ciencias Políticas en La Sorbona, Economía en Londres y hasta se dedicó al periodismo en Francia como crítico de cine, lo que le permitió a ese espíritu aventurero cruzar la llamada Cortina de Hierro.

Visitó Moscú, cubrió el festival de cine de Berlín en 1956 y el de Karlovy Bari en la actual República Checa. En París no solo visitaba a sus tías tan preocupadas por la suerte de los campos en Argentina. Conoció a Picasso como enviado por el crítico Rafael Squirru, fundador del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Iba con la misión de pedirle una obra para el Museo. Picasso no la cedió.

A sus 25 años y ya en Buenos Aires, asumía la presidencia Arturo Frondizi. Horacio se desempeñó como funcionario de Oscar Camilión, por entonces con el cargo de Subsecretario de Relaciones Exteriores del canciller Adolfo Mujica.

En 1961, Horacio Rodríguez Larreta, según se documenta en el libro, tuvo una activa participación en el armado de la reunión entre Frondizi y Ernesto Che Guevara en la quinta de Olivos el 18 de agosto de aquel año. Ese encuentro precipitó el golpe de Estado que derrocó a Frondizi el 29 de marzo de 1962 sin haber cumplido los cuatro años de gobierno.

La tapa de Clarín que informa sobre la presencia del Che Guevara en Buenos Aires

“Horacio quiso romper aquel formato comunismo-anticomunismo que para el desarrollismo ya olía a viejo”, analiza Norberto Frigerio. “Por su origen social, Horacio podría haber sido un tipo más bien de derecha en lo político. Era bastante progre en su pensamiento”, explica su viuda Dora Sánchez.

También fue decisiva su participación de la reunión secreta que Guevara mantuvo con Richard Goodwin, enviado del gobierno de EE.UU. a la cumbre en Punta del Este de 1961. La Cumbre había tenido lugar con un solo objetivo: aprobar la Alianza para el Progreso, una iniciativa de Washington para contrarrestar el avance de las izquierdas en la región. Rodríguez Larreta se asumía como un puente entre dos mundos antagónicos. Esa reunión, sin resultados, se concretó durante la mañana del 18 de agosto de 1961 en Montevideo.

Hubo otras gestiones, como cuando en 1970 se involucró en la negociación con Perón en su residencia de Puerta de Hierro en Madrid. Buscaba el armado del Frente Justicialista de Liberación (Frejuli). Rodríguez Larreta ya era la mano derecha de Rogelio Frigerio, el líder del Movimiento de Integración y Desarrollo. De Puerta de Hierro recordó después que Perón probaba el dulce de leche a escondidas y que por las tardes veía Batman en la televisión.

Años antes, caído el gobierno de Frondizi fundó la Compañía de Asesores Latinoamericanos, la consultora que pone en contacto a las multinacionales con gobiernos y empresarios. Los desayunos mensuales en los que los periodistas Carlos Pagni y Roberto García trazaban un panorama ante los CEO y dueños de compañías y algunos políticos, marcaban agenda.

Trajo a la Argentina una unidad de The Economist para medir el clima de negocios. Y eran famosas sus Goverment Roundtables, una gran mesa redonda que duraba tres días con los temas más variados y a la que asistían el presidente y sus ministros junto a empresarios locales y extranjeros.

Emprendió la dirección de la petroquímica Pasa con un ducto que unía Campo Durán en Salta con San Lorenzo en Santa Fe, cerca de Rosario. Logró cosechar para esa obra US$ 76 millones del mercado internacional.

Apasionado por Racing llegó a ser presidente del club y cumplía esa función cuando la dictadura militar lo secuestró a punta de pistola y delante de sus tres hijos. Fue a comienzos de abril de 1977. El secuestro se hizo público enseguida y lo liberaron. Tuvo su impacto: renunció a la presidencia de Racing justo antes del Mundial de 1978.

No todas fueron rosas en una vida de montaña rusa. Entre fines de la década de 1980 y mediados de los 90, Horacio atravesó una depresión profunda y adicciones, “demasiado pesadas e inocultables”, se escribe en el libro. En 1996 regresó a la actividad tras un proceso de curación en Miami.

Sus fiestas de cumpleaños fueron entonces un acontecimiento en el que aparecía su colección de amigos que unía artistas, políticos, empresarios, escritores. Graciela Borges recuerda su especial entonación imitando con lujo de detalle encuentros con Marlon Brandon. Carlos Pagni advierte que sabía mezclar la fantasía con la realidad como pocos. Y lo define como un “uomo solare”. En esas celebraciones era infaltable, el guiso de lentejas. El libro nos regala la receta.

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