El 22 de marzo de 2019, a poco de que se cumplieran 43 años del golpe de Estado del 76, Ubaldo Matildo Fillol, emblema del fútbol argentino y del seleccionado nacional campeón del mundo en plena dictadura militar, visitó la exESMA junto a dos de sus detenidos ilegales: Ana María Soffiantin y Ricardo Héctor Coquet. “Con el tiempo te enterás de lo que pasaba en el mejor momento de tu vida deportiva y no se te va el sentimiento de culpa”, dijo durante ese recorrido.
Injustamente, aquel equipo dirigido por César Luis Menotti fue cuestionado socialmente por conseguir el título en Argentina; sobre todo porque la mayoría de sus partidos los jugó en el remodelado estadio de River, ubicado a metros de la entonces ESMA, donde los militares violaban, torturaban y mataban, entre otras cosas nefastas.
Hoy el Pato Fillol es noticia no sólo porque la semana pasada le robaron de su departamento la medalla de aquel Mundial: “A ustedes no les sirve de nada, para mí es la vida y la de mi familia. Les daré una recompensa y silencio absoluto; pueden escribirme a mis redes o a Fernando Burlando. A partir de ahí, será la recompensa por los objetos sustraídos”, pidió a través de las redes sociales a los ladrones que ingresaron a su domicilio. También lo es porque días pasados asumió su compromiso social entre tantos otros que pidieron que no se cierre la agencia estatal de noticias TELAM.
Las memorias del Pato
Pero hay más de Fillol. En 2018, al publicar sus memorias, El Pato – Mi autobiografía, en colaboración con el periodista Sergio Renna, se supo lo mal que la pasó en plena dictadura, cuando atravesaba su mejor momento deportivo. El arranque de ese libro es letal. Cuenta que mientras negociaba una mejora salarial en River después del Mundial intervino el almirante Carlos Lacoste. “Un personaje nefasto, oscuro y detestable”, lo define. “Lo que yo desconocía era que este tipo, al igual que en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), era el verdadero amo y señor de River Plate. Es increíble lo ingenuos que fuimos durante esa época lamentable”. En esas horas aparecieron en su casa de Quilmes “dos tipos de pelo corto, bigote marcial, gesto serio y sobretodos largos”, que se identificaron como agentes de la DGI (hoy AFIP) y que le informaron que pesaba sobre él una denuncia por evasión de impuestos y bienes no declarados. Como no era cierto, Fillol empezó a preocuparse. También golpearon a su padre. A esos hechos se le sumó una campaña mediática acerca de sus elevadas condiciones para renovar el contrato. Se hablaba de que hacía huelga y de que ganaba una fortuna y quería más. “Me instalaron como un mercenario”, recordó.
En ese entonces fue convocado a una entrevista para la revista El Gráfico en el edificio Libertador. Además de los campeones del mundo, iba a estar el titular del EAM 78, Lacoste, quien lo invitó a su oficina a un breve encuentro privado. Lacoste le exigió la firma del contrato pero el Pato le insistió con la mejora. Fillol lo recuerda mejor: “El tipo me estaba apretando en una oficina militar, con una impunidad que asombraba. A medida que avanzaba la charla mostraba, cada vez más, las formas unilaterales que tenían los militares en esos años de plomo a la hora de resolver conflictos. Ante mi nueva negativa, empezó a ponerse cada vez más nervioso y, para amedrentarme, no tuvo mejor idea que apoyar sobre la mesa una pistola.
– Mire, Fillol, se la voy a hacer corta porque no tengo mucho tiempo. Si yo quiero, levanto un teléfono y en menos de lo que tarda en enfriarse el café que está tomando, usted desaparece y no lo encuentran nunca más. O, en el mejor de los casos, lo encontrarán en un baldío. Sepa bien que no tengo problema en hacer lo que le digo que haré…
No sé si fueron los nervios o qué, pero de repente empecé a reírme y eso lo enfureció todavía más. No era hombre de achicarme en las difíciles. Redoblé la apuesta y la pateé para adelante.
-Y dígame algo, señor Lacoste, ¿acaso me va a pegar un tiro ahora mismo si no firmo? ¿Sabe una cosa? ¡Esta charla se acabó!
El tipo se quedó mudo y me miró fríamente. Cuando arranqué caminando para la puerta, me habló de una manera cínica y amistosa:
-No, hombre, no se vaya así. Venga, Fillol. Escúcheme. Venga, hombre. ¡No sea terco!
Cuando escuché esa frase, me dí vuelta y me acerqué nuevamente a su escritorio. Me invitó a sentarme. Una vez que lo hice el muy hijo de puta gritó:
-¡Bueno! Ahora que está sentado, levántese de la silla y mándese a mudar. ¡Porque acá mando yo! Y usted se retira cuando yo lo ordeno. Váyase de acá ya mismo. ¡Le voy a enseñar quién manda en este país!”.
“Tuve que irme (de River) por la puerta de atrás, por culpa del almirante Lacoste. Lloré mucho. Maldije más. Lo odié. Dentro de la cancha había dado hasta la última gota de sudor. No era justo terminar así. Por suerte, con el tiempo la gente fue sabiendo una parte de la verdad. La otra, están leyéndola ahora”, continuó Fillol en su libro.
La visita y la culpa
La de 2019 no fue la única vez que Fillol visitó la ex ESMA. Poco antes se había reunido con Graciela Palacio de Lois (esposa de un desaparecido) y Ángela “Lita” Paolín de Boitano (madre de dos desaparecidos), integrantes de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas. En ese encuentro, ratificó el sentimiento de culpa que sentía por haber festejado el título Mundial mientras la dictadura militar desaparecía gente.
Lo que debieron soportar durante mucho tiempo -y aún hoy, aunque en muchísima menor medida- Fillol y sus compañeros es cierta acusación de colaboracionistas por haber sido campeones en el país de la dictadura. Recién con los años hubo justas reivindicaciones. “El Mundial duró treinta días. Lo ganamos y nos tiran la mochila a nosotros. Cuando corría Reutemann o peleaba Monzón se paraba el país. Cuando Vilas arrasaba en Roland Garros o Australia pasaba lo mismo. ¿Nosotros ganamos la Copa y somos los títeres de la dictadura? No hay mucho más para reflexionar. Como argentino siento odio y vergüenza: la Copa del Mundo, los títulos de Vilas, las peleas de Monzón y las carreras de Fórmula 1 fueron logros que se utilizaron para mantener al pueblo ocupado. Mientras tanto, los militares seguían robando, torturando y matando compatriotas. ¿Pero qué culpa tuvimos los deportistas?”, reflexionó el Pato, quien tiene razón al reclamar aquella reivindicación. Él mismo da pistas de por qué: “Si no era por el fútbol, me hubiesen matado”.
El apellido de Fillol es toda una referencia que va más allá de lo deportivo, un ámbito desde el que no suelen ser muchas las voces que reclaman por justicia social. Télam es una oportunidad para que el mundo del deporte salga a solidarizarse no sólo con los trabajadores, sino con otro intento de privar al país de información. Los mismos deportistas que dentro de cuatro meses viajarán a París a competir por los Juegos Olímpicos con un presupuesto inexistente en comparación con otras delegaciones. Todo esto en el marco de un desguace del Estado.