Por Eduardo Hernández
Hoy, se conmemora el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de las Malvinas, cuya sangre o entregas heroicas en combate son estandartes que se elevaron desde 1982 ante el invasor y ocupante ilegal inglés de ese suelo insular argentino, y por y para ellos se multiplican los reconocimientos que ya no se reducen a una fecha de abril, sino que es y deben ocupar todo el calendario para siempre.
Entre esas honras y homenajes cabe reproducir hoy un texto que publicó hace unos días en su Facebook Caio Alegre, un comunicador de Santo Tomé, que se titula De regreso a casa, relato de un soldado, según rubrica es de autor anónimo, al que acompaña con una foto histórica, como además otra publicación sobre la fecha, texto aquel que se transcribe a continuación:
«Cuando bajé en la estación de trenes más cercana a mi pueblo, no tenía ni una sola moneda, (sólo un reloj que me había dado el abuelo antes de partir a las islas) pero sabía que a mi casa iba a llegar; hice dedo a particulares pero sin suerte, le hice señas a un colectivo de línea, paró y le expliqué al conductor que lo único que tenía de valor era el reloj:
-Si usted me lleva hasta dos pueblos más adelante, le dejo el reloj o nos vemos en algún lado y le doy el importe del pasaje. El señor me miró y me preguntó:
-¿De dónde venís?
-De las Malvinas, le dije (creo que se me iluminó la cara), con una sonrisa me dijo:
-¡Pasá!
-¿Le dejo el reloj?
-¡Pasá! Me dijo.
Me senté en el último asiento ¡qué hermosura tan mullido! Me quedé dormido hasta que alguien me sacudió los hombros.
-¡Muchacho! ¡Te llama el chofer! En dos zancadas estuve al lado del señor, y vi que entrábamos a mi pueblo.
-¿Tu casa queda lejos de la ruta?
-Y.. sí, sí… Infinitamente agradecido le agradecería que acepte mi reloj.
-Tranquilo. Me dijo.
Paró el coche, pasó su brazo sobre mi hombro y les habló a los pasajeros:
-Con el permiso de ustedes, voy a desviar el recorrido habitual para llevar a su casa a un héroe, este joven acaba de llegar de las Malvinas.
La gente se puso de pie y me aplaudía; los chicos me tocaban, las mujeres y los hombres me saludaban.
Guié al chofer por el camino y cuando vi el frente de mi casa le dije:
-¡Esa es mi casa!
El señor tocaba bocina, la gente se asomaba a las ventanas, no entendían nada, y mis padres no se animaban a salir por temor a una mala noticia… Más tarde vino hasta el Cura del pueblo a saludarme, la verdad tuve un hermoso recibimiento».
Hasta ahí el texto, aunque muchos en su momento y por años no lo dimensionaron como tal al relato, y otros lo quisieron esconder, como fue el caso de los aventureros militares gobernantes de entonces, no todos los miembros de las Fuerzas Armadas, que sí valoraron el arrojo de los soldados, como los correntinos de gran bravura y amor por la Patria.
Hoy, a 42 años de aquella gesta patriótica inconmensurable, los verdaderos héroes no se rindieron ni se rinden, haciendo tronar, ya no las armas de una guerra que nunca es buena, sino sus voces y testimonios para las generaciones que jamás dejarán de reclamar que vuelva a flamear la Bandera celeste y blanca con su sol, en el suelo que les robaron los ingleses y se empecinan en no devolverlo con cerrazón de mente, incomprensible y execrable.
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