A Cristian Lobo Ledesma, cuando la pisaba con clase a principios de siglo, lo compró un empresario que vendía alfombras. Boca tuvo su Fondo de Inversión. River le vendió el pase de Gonzalo Higuaín a un grupo del que surgió luego un funcionario de un Gobierno nacional. La inversión privada en el fútbol siempre existió. Un simple sponsor, de esos que tapan distintos lugares de la camiseta, es inversión privada. Pero Juan Sebastián Verón fue por más. Planteó que su Estudiantes necesitaba una inyección infrecuente de capital para dar un nuevo salto de calidad. Y se relacionó con alguien que supuestamente estaba decidido a aplicar esa inyección.
A Foster Gillett lo conocemos por fotos en las redes sociales del empresario Guillermo Tofoni y de la diputada Juliana Santillán, y por la entrevista que hace seis meses Alejandro Casar González le realizó para LA NACION. Allí anunció que estaba dispuesto a desembarcar en el país. Su textual fue: “Queremos invertir en el club que nos quiera”. Verón conoció a Gillett por intermedio de Tofoni, una de las personas que más hace flamear la bandera de las sociedades anónimas para nuestro fútbol. Foster encontró quien podía quererlo.
Así comenzó la idea de una sociedad por 30 años. El objetivo de Gillett no se basaría sólo en permitirle a Estudiantes la incorporación de figuras y aumentarle el presupuesto para, en un futuro, beneficiarse ambos por una elevada facturación del club. Gillett también quiso a Estudiantes como anzuelo: una buena gestión en un club que ya era ganador podría llevar a que otros clubes, los necesitados y los sufridos, se vieran tentados a vivir bajo el paraguas inversor. Del deseado efecto dominó pasó, por ahora, a chocar todo lo que estaba a su alcance.
La primera operación fue la compra del pase de Cristian Medina, de Boca. Se supo el número: 15 millones de dólares. En realidad, fueron casi 17 millones porque se debe incluir el 8% correspondiente al Estado, el 2% para la AFA y un 0,5% para Agremiados. Estudiantes se benefició con la incorporación de Medina, pero tal vez más se haya beneficiado Boca al lograr una transferencia en una cifra por encima del valor de mercado.
Como la FIFA prohíbe que una persona física o jurídica tenga la ficha de un futbolista, la metodología es que el empresario le gire el dinero al jugador y este pague la rescisión de su contrato para quedar en libertad de acción. Luego, por medio de vínculos privados, se le reconoce la propiedad al empresario. Así se anunciaron las salidas de Valentín Gómez del Vélez campeón y de Rodrigo Villagra de River, las dos a nombre del millonario Gillett. Pero lo que sobraba, el dinero, no aparece.
Vélez le permitió a Gómez viajar a Italia porque la transacción lo depositaría en Udinese. Se trata del mejor defensor de nuestro medio en 2024. Sucede que en Vélez los dólares no entraron, la operación obviamente no se concreta y Valentín ni siquiera pudo entrenarse con el plantel en Udine. River también se relamía gracias a un dinero impensado por la venta de Villagra: más de 11 millones de dólares, la recuperación de lo gastado por un jugador que perdió parte de su valor. A la espera de que haya noticias en su cuenta bancaria, Villagra no conoce dónde jugará (tal vez en Rusia: ¿quería ir a Rusia?) y si bien sigue perteneciendo a River, hace rato que no se lo ve al mando de Marcelo Gallardo.
Es llamativo: actualmente los jugadores deciden cuándo y dónde se van desde los clubes que les pagan los contratos. Son capaces de plantarse y no jugar hasta que la dirigencia acepte venderlos. En este marco de época, sin embargo, la trastienda de la inversión de Foster Gillett hasta ahora dejó futbolistas que no saben qué será de su futuro y rehenes de las negociaciones ajenas.
A Estudiantes también llegaron las esquirlas. En primer lugar, el acuerdo formal sigue sin trascender. En consecuencia, la asamblea de socios que aprobará o rechazará dicho acuerdo sigue corriéndose como el horizonte: iba a realizarse en diciembre, pasó a febrero, quizás se haga en marzo. Mientras, ambas partes habían consensuado un préstamo de 10 millones de dólares para terminar de armar el plantel. Los 10 millones tampoco se hicieron realidad. Las partes explican el atraso por diversas razones, que incluyen la burocracia, temas técnicos o letras chicas que deben ser pulidas. Por lo pronto, las idas y vueltas generaron diferencias entre el presidente Juan Sebastián Verón y el director deportivo, Marcos Angeleri, con la incomodidad del entrenador Eduardo Domínguez en el medio. El propio Verón deslizó que, si no llegara a aprobarse el acuerdo con Gillett, podría alejarse del club. Esta sí que no la vio nadie: sería la única manera posible de derribar al ídolo en el club donde fue promesa, crack, capitán, campeón de todo y máxima autoridad.
Es temprano para saber si en el futuro serán muchos los clubes que quieran hacer lo que quiere Verón. Por ahora, difícilmente algún otro se vea seducido. Quedan atentos, también, quienes combaten la intromisión privada en el fútbol argentino. Los mismos que (des)organizan los torneos y que no quieren grandes cambios. La desprolijidad ajena es, para ellos, su mejor publicidad.
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