lunes, 14 abril, 2025

Espontaneidad, organización y estatización en la lucha contra la derecha

El importante paro de la CGT, convocado por el hastío popular ante el maltrato estatal contra los jubilados, volvió a poner sobre el paño el vigente peso social de las organizaciones de trabajadoras y trabajadores, más allá de todas las transformaciones que operaron los últimos años. La emergencia de Milei y la ultraderecha evidenció la parálisis de esas centrales sindicales y de los grandes sindicatos, en contraste con la voluntad de resistencia en jubilados, estudiantes y sectores de trabajadores. La estatización de esas instituciones y la de muchos movimientos en las últimas dos décadas mostró ser un gran límite para el despliegue de un dispositivo de combate. Aquí reflexionaremos al respecto para pensar la estrategia de recuperar dichas organizaciones para que articulen una pelea seria frente al gobierno y los grandes empresarios que le dan sustento.

Hablemos con “el diario del lunes”, sí, pero para pensar lo que viene. El gobierno muestra fisuras por doquier, la economía tambalea frente al faltante de dólares en medio de una tormenta amenazante a escala global, sobre todo luego del anuncio de Trump de aranceles a las importaciones en los EE. UU., de las que va y viene en su puja de fondo con China. El gobierno le pide la escupidera al FMI y se come derrotas trascendentales como la de los pliegos de los jueces supremos en el Senado. Pero en honor a la verdad, la vulnerabilidad de Milei es algo que señalamos aún cuando el coro de voces de la resignación nos decía que “no se puede hacer nada” y que “salir a la calle es funcional al gobierno” porque “la gente no quiere”. Los que no querían eran ellos.

La crisis del gobierno tampoco significa que su derrota está cantada, para nada. Lo único que anuncia, como dice el proverbio chino, es que vivimos “tiempos interesantes”. Justamente por eso queremos retomar una reflexión anterior a la luz de distintos comentarios (que agradecemos) y el desarrollo de un escenario en el que crecen las resistencias.

Queremos seguir problematizando sobre un punto 1) ¿Por qué quienes salen a enfrentar a este gobierno constantemente tienen que inventar o reinventar nuevas instancias de organización? Asambleas barriales, estudiantes autoconvocados, jubilados, molinetazos, asambleas como la del 1F y hasta las hinchadas de fútbol. Y en espejo con eso: 2) ¿Qué pasa con las organizaciones con más tradición y organización, empezando por los grandes sindicatos? La CGT, finalmente, convocó a un paro para el 10 de Abril, luego de una heroica resistencia a convocar cualquier tipo de medida de lucha, siendo cómplice por acción y por omisión del gobierno de Milei. El paro terminó siendo fuerte, más allá del rol carnero de la UTA y de que la CGT parecía decir “voy a ir (al paro), pero con la peor de las ondas”. Hay ánimo y voluntad de pelear y se expresa cada vez más.

Te puede interesar: La calle: el 12M, el 19M y algo que recién comienza

En la nota citada ya adelantamos una respuesta: la estatización y la institucionalización de nuestras organizaciones no mataron a las formas de organización tradicionales pero las dejaron bastante bobas. Queremos profundizar sobre eso.

Estatización y dependencia

Hace algunas semanas, cuando la bronca por la represión a los jubilados llegaba a un punto culminante y el recelo hacia la inactividad de la CGT se olía en el aire, Pedro Rosemblat entrevistó, no sin grandes dosis de condescendencia, a Héctor Daer, dirigente de la CGT, que resumió sencillamente su estrategia: esperar y votar al peronismo en 2027. “No hay que ser testimoniales” era la frase de cabecera sacada del mismo manual de estilo de los Leandro Santoro. Simultáneamente, mientras las camisas de esos dirigentes seguían bien planchadas y almidonadas, cuando la demanda de “calle” se apoderaba de algunas miles de personas que se expresaron el 12M, Grabois y la UTEP ingresaban sin propósitos claros a esa misma CGT de la parálisis.

Mientras, crecía la bronca al calor del canto “¿adonde está, que no se ve, esa famosa CGT?”, al punto que la CGT tuvo que dar la cara y, finalmente, convocar al paro del jueves 10. En lugar de cuestionar la parálisis cegetista, Grabois criticaba la “foto troska” y para luego recalcular y justificar su ausencia en las marchas de jubilados diciendo que no se trataba de un faltazo sino de una estratégica “economía de fuerzas”. Experto en economía de fuerzas con o sin protesta. Desde algunos referentes del peronismo a lo sumo se puede escuchar algún desacatado que critique a algún dirigente de la CGT, como si fuera problema de alguna “manzana podrida” traidora al movimiento. Pero, ¿cómo puede ser que esa organización, y muchos sindicatos con gran poder de fuego no jueguen un rol central y no lo hayan jugado como aglomerante para enfrentar la batería de ataques de este gobierno?

Las conducciones sindicales de la CGT y la CTA actúan como un Ministerio de control sobre los trabajadores formales, una organización de nuestra clase pero incorporada a las funciones del Estado burgués en general y a cada gobierno en particular. En los últimos 20 años prácticamente no han tenido otro rol que frenar la bronca, canalizar en acciones medidas y puntuales, siempre con el objetivo de evitar un choque frontal entre trabajadores, gobiernos y grandes empresarios. Un camino que continuó bajo nuevas formas el rol que jugaron esas burocracias en los 90, década en la que acompañaron la política de privatizaciones y entrega nacional, mientras eran cooptadas con cuantiosas prebendas materiales y hacían de las tercerizaciones sus negocios privados.

Si tomamos solo los últimos tiempos, la burocracia sindical controló y desmoralizó bajo el gobierno de Alberto, no articuló demanda alguna durante la pandemia, sufrida enormemente por los trabajadores informales, y no se presentó al combate frente a Milei. Aún así, tuvo que hacer paros para descomprimir cuando el malestar se hizo escandaloso, que mostraron la fuerza organizada de la clase trabajadora, de la que las conducciones del peronismo y de la CGT se jactan. Pero luego de eso, evitan dar continuidad y desarticulan. Eso no implica que no haya sindicatos combativos o luchas que se imponen por la fuerza desde la base, todo lo contrario. Existen numerosos ejemplos de eso, lo que confirma que es posible además de deseable desafiar a la burocracia sindical y disputar su rol en esas organizaciones, con el objetivo de recuperarlas y democratizarlas.

Aunque esa estatización funciona más adecuadamente y acertadamente bajo gobiernos de tinte peronista, es significativo que el rol pacificador de los sindicatos no es cuestionado por gobiernos como el de Milei, que anuncian que terminarán con el curro del sindicalismo “a sangre y fuego”, para luego terminar negociando prebendas por paz social. Menem fue especialista en eso y su aprendiz de mago lo imita.

Por otra parte, la asimilación de la CGT al Estado es el ejemplo más acabado y perfecto de la estatización que viven otros movimientos y organizaciones del movimiento de masas. Salvando las muchísimas diferencias, en el movimiento estudiantil y en el movimiento de mujeres sucede algo similar, como veremos. La idea de “militancia” que surge de este proceso es una que solo se concibe si parte desde el Estado.

Mujeres, diversidades y estudiantes

El movimiento de mujeres y el activismo LGTBIQ+ jugaron un rol central durante los últimos años, conquistando un derecho histórico como la interrupción voluntaria del embarazo y poniendo sobre el tapete las consecuencias de la brutalidad machista en los femicidios, lesbocidios o travesticidios. Más recientemente el 1F mostró su poder, donde primó la emergencia de una bronca espontánea frente al discurso de Davos, canalizada por diferentes organizaciones que convocaron a una instancia como la del Parque Lezama en CABA e instancias similares en otras ciudades. Esa convocatoria mostró la energía lista para la pelea. A contraluz, muchas de las organizaciones y referentes perdieron poder de fuego por haber apostado a bandera desplegada al gobierno de Alberto Fernández y, más en general, por haber llevado al movimiento al atolladero del Estado incluso siendo incorporadas a un Ministerio. Lo que pasó luego es que frente a la emergencia de un gobierno que hizo de la misoginia una bandera de provocación militante, esa institucionalización pateó en contra. Lo que muchas y muchos señalaban como una fortaleza demostró ser una traba.

El movimiento estudiantil, por su lado, mostró su capacidad de fuego con dos enormes movilizaciones, sobre todo la de abril de 2024, que habrá sido la marcha universitaria federal más grande de la historia, frente al ataque de Milei a las universidades y al presupuesto educativo. El estudiantado, una enorme masa de algunos millones de personas, reaccionó ante el desprecio oscurantista contra lo que (casi) el conjunto de la población considera una conquista.

Si uno pudiera preguntar, como Vargas Llosa, “¿Cuándo se jodió Perú?”, con certeza podemos decir que el 23 de abril de 2024 empezó a joderse Milei, aunque las lenguas de la resignación siempre se encargan de susurrar que “no le entró la bala”. Sí, le entró. Pero en el exacto momento en que una movilización de millones de personas ganaba la calle, los cables de un artefacto burocrático de conducciones estudiantiles, sindicatos universitarios, decanos y rectores radicales y peronistas, que a su vez tienen lazos interminables con senadores, diputados y gobernadores peronistas y radicales que no querían que Milei se dañe tanto, rosquearon, moderaron, boicotearon y hicieron que el sable vuelva a su vaina. Las tomas independientes surgieron en 100 facultades pero no dio la fuerza para imponer una tercera marcha universitaria contra las conducciones de centros y de las mismas facultades.

En cada evento en que sujetos no tan tradicionales, como los jubilados o, sin lugar a dudas, los hinchas, y algunos más tradicionales, como el movimiento de mujeres, la diversidad y los estudiantes, mostraron la espontaneidad, se activa una maquinaria y un discurso que busca frenar, descoordinar y limitar la bronca. La frase de Daer de “esperar al 2027” tiene muchos otros militantes que hacen el trabajo sucio desde el corazón de los sujetos de lucha. Aquí también se ve: la estatización de las organizaciones y la rutina corporativa se muestran inútiles frente a un gobierno de la “reacción permanente”.

¿Qué pasó ayer?

Para muchos, la emergencia de Milei suscitó una sensación de sorpresa y desconcierto similar al despertar de los protagonistas de la película “¿Qué pasó ayer?”. ¿Quién metió ese tigre en el baño? ¿Quién destruyó este cuarto? ¿Cómo puede ser que haya ganado Milei en el imperio del Estado Presente? Algunas de las preguntas repetidas hasta el hartazgo.

Hemos acercado respuestas a esas preguntas y también lo han hecho otros. El Estado no estaba tan presente, la patria no era el otro, la genial política en la pandemia no fue tan genial para millones de precarios, la espectacular táctica de Cristina poniendo a Alberto no era tan espectacular y el capo de Alberto no era tan capo. Te lo resumo así nomás.

El de Alberto, Cristina y Massa fue un gobierno de ajuste que marcó los límites de la predisposición a la lucha contra los dueños del país. Si la famosa relación de fuerzas no daba para tocar a Vicentín o movilizar contra la estafa del acuerdo con el FMI entonces se clausuraba la posibilidad de cualquier cambio. Otra cosa era “de trosko” y así se cerraba el debate. La derecha supo captar que la necesidad de cambio de sectores importantes podía ser capitalizada por una salida que ofrecía ser antisistema radicalizando el sistema de exclusión existente. En el medio hubo que exorcizar el “espíritu del 2001” de muchas organizaciones e instituciones de la clase trabajadora que habían surgido abriendo camino contra ese mismo Estado y el “no hay alternativa” de los 90s.

2001, odisea en el espacio público

Para entender con profundidad donde se consolidó esa estatización de las organizaciones, al menos en la historia reciente, de la que vemos las consecuencias ahora, hay que retrotraerse a una fecha que es una bisagra: el año 2001. También porque el estallido de ese diciembre, que cambió la relación de fuerzas y puso un tope a las políticas neoliberales es parte de lo que Milei también quiere cuestionar.

El 2001, con sus precuelas, implicó un nivel de autoactividad obrera y popular muy importante. El movimiento de desocupados surge en 1997 en Cutral Có, General Mosconi y Tartagal como rebeliones combativas de ex trabajadores petroleros ypefianos y sus esposas, en reclamo de “trabajo genuino” frente a los coletazos socialmente letales del menemismo. Era un movimiento de la clase trabajadora que emergió desde abajo y que recibió la represión brutal del “estado mínimo” menemista, que fue mínimo para lo social pero que siempre mantuvo el hardware policial al máximo.

Ya desde 1995 y sobre todo en 1999 el movimiento estudiantil dio luchas muy importantes contra la privatizaciòn, el arancelamiento y la Ley de Educación Superior, dando vanguardias que, organizadas en asambleas e Interfacultades, enfrentaron a la burocracia estudiantil de la Franja Morada, que apostó al recambio electoral con el radicalismo político con De la Rúa.

Ya en el 2001 propiamente dicho, frente al despojo de las clases medias, surgieron las asambleas populares, las acciones contra bancos y empresas privatizadas, marchas semanales, un gran laboratorio de actividad popular. El movimiento de desocupados, que operaba en la periferia geográfica, se asentó en los diferentes conurbanos, dando lugar a nuevas organizaciones. Surgen movimientos ligados a los partidos y otros movimientos reconocidos como autonomistas, que reivindicaban la acción al margen del Estado. Surgen los MTD. En 2002 es la represión en Puente Pueyrredón en la que el gobierno de Eduardo Duhalde asesina a Maxi Kosteki y Darío Santillán. Surgen teóricos que le dan sustrato ideológico a corrientes que proponen una construcción en los márgenes del Estado, como John Holloway.

Aparecen las fábricas recuperadas, con dos tendencias: una más radical, encabezada por Zanon (con peso del trotskismo y del PTS), que peleaba por la estatización, ligarse al movimiento de desocupados y enfrentar al Estado, y un sector que impulsó la línea cooperativista y la gestión a la vera del Estado.

En cuanto al movimiento estudiantil, el radicalismo sostuvo el control, sumado a una expectativa de mantenerse pasivo como forma de salida ante la crisis, pero eso no impidió que la Franja morada pierda diferentes conducciones, entre ellas la FUBA, que haya una crisis en el Rectorado de la UBA y de que emerja una pelea por la democratización, con eje en la elección directa del director de la carrera de Sociología, donde fue electo Christian Castillo, y en la elección del rector de la UBA. Además dio una importante lucha presupuestaria en 2005 cuando el kirchnerismo aún no había hecho pie con agrupaciones estudiantiles afines.

En un mapa así, el movimiento obrero más concentrado fue lo más atrasado. Pero no es que no intervino. Hubo muchos paros generales, incluso uno a una semana del 20 de diciembre, el día 13, pero la burocracia sindical, una vez más, frenó exactamente ahí, con la amenaza de que el movimiento obrero se una a toda la fuerza que empezaba a brotar. Cuando más falta hacía, el jugador ocultó el as bajo la manga. Aún así, esos años fueron de emergencia de muchos fenómenos por abajo.

Vaciar la calle, ocupar el palacio

Si tuviéramos que definir el rol central del kirchnerismo en aquellos años, fue el de exorcizar eso, como contraparte de restituir el machucado poder del Estado. Detener la calle, pasivizar el movimiento obrero. Tomar desde el Estado alguna versión descafeinada de esas demandas populares, a cambio de que los sujetos que las levantaron de manera radical, abandonen su búsqueda activa. “Dame tu demanda, yo la reinterpreto, la peino, emprolijo un poco, y la proceso. Vos andá a tu casa tranqui”.

Para hacer eso, se apoyó en el crecimiento económico fenomenal que prosiguió a la devaluación y pesificación de Duhalde, y en el auge de los precios de materias primas a nivel global. En cuanto a lo social, Kirchner aplicó una política similar a la de Duhalde pero invirtiendo proporciones: duhalde aplicó cierta política de contención y mostró un lado represivo (que fue letal en Puente Pueyrredón), mientras que Kirchner acentuó la contención (y la cooptación) económica y política, pero sin dejar nunca un aspecto represivo hacia la protesta, aunque limitándolo. Parafraseando a Halperín Donghi: reconstruyó el monopolio legítimo del uso de la fuerza a cambio de no usarlo. De no usarlo tanto, corregimos nosotros.

Si el Rey Midas convertía todo lo que tocaba en oro, el kirchnerismo convirtió en ornamentos dorados a procesos, movimientos y organizaciones que incorporó de algún modo al Estado. Lo hizo con movimientos de desocupados que pasaron de un autonomismo horizontalista a un verticalismo estatista sin solución de continuidad. Lo hizo con movimientos y referentes de DDHH que habían esgrimido durante años un discurso de plena independencia (incluso o sobre todo económica) del Estado, lo hizo con agrupaciones estudiantiles que definían su identidad a partir de llamarse “agrupaciones independientes” o incluso “izquierda independiente” (en relación, justamente, a ese Estado que había estado en crisis y que había sido cuestionado), lo hizo con sectores de las fábricas recuperadas, etc. La derecha ya ahí comenzó a solapar su rechazo a las organizaciones populares con el ataque a las conducciones y referentes cooptados de las mismas.

Con el movimiento obrero no hubo que hacer mucho esfuerzo. Como en el microcuento de Augusto Monterroso: “cuando la quiso cooptar, la conducción del movimiento obrero estatizado todavía estaba allí”. Pero con una línea de paritarias, de recomposición salarial avanzó más aún en la incorporación de la burocracia sindical.

El llamado “sindicalismo de base” comenzó a expresarse sobre todo luego de 2005, con la elección de nuevas conducciones y delegados de base, y también en la pelea por salario, condiciones de trabajo y derechos sindicales. Fue producto de la recuperación económica pero también expresó ese “espíritu del 2001”, sobre todo en los enfrentamientos parciales con la burocracia sindical, la institución a la que no llegó el “que se vayan todos” por el control policial que ejerce internamente, pero no por falta de voluntad. La burocracia sindical reaccionó con furia ante cada desafío que le hicieron, persiguiendo a delegados y sectores opositores (la estatización solo admite exclusividad) y también la cooptación a los “cuerpos orgánicos”.

Toda la frescura de la calle, de la autoorganización, del debate colectivo, de la horizontalidad y del combate, fue paulatinamente reemplazada por un discurso donde el sujeto no era más un colectivo social, sino el bodoque llamado Estado. De las conquistas con la lucha se pasó a “el Estado te lo da”. La contracara de eso, lógicamente, fue que se fueron desarmando todos los movimientos de base, mientras que sus principales referentes fueron incorporados de manera más o menos orgánica o directamente como funcionarios rentados. Vendo o permuto movimiento desde abajo. Por supuesto que de todos esos procesos quedaron y quedan instituciones, sindicatos, referentes, activistas y militantes que sostuvieron las banderas, sacaron conclusiones políticas y se organizaron.

Hubo otros movimientos posteriores que, en tiempos comprimidos, corrieron la misma suerte. El movimiento de mujeres, por ejemplo, tuvo dos grandes procesos: uno contra los femicidios, expresado en la poderosa consigna de Ni una menos, que nació luego del asesinato de Chiara Perez en Rufino, en la provincia de Santa Fe. Fue un movimiento masivo, bastante espontáneo, que cruzó a muchos sectores sociales, incluidos sectores populares. El segundo movimiento fue “la marea verde”, que masificó el reclamo histórico del derecho al aborto, que siempre fue patronomio de un sector muy tenaz y activo pero reducido del movimiento de mujeres. Esta marea dio movilizaciones históricas, tuvo derrotas, no se desanimó, enfrentó a las iglesias, a oscurantistas de todos los partidos, etc. Finalmente conquistó la ley del aborto legal, aunque a costa, nuevamente, de que un sector de las organizaciones y referentes “entre” al Estado. En este caso no fue de manera simbólica o metafórica: se creó un Ministerio. La calle permutada por cargos en un Estado vaciado, mientras se miraba para el costado ante las penurias reales que vivían mujeres de los sectores populares. Por ejemplo, si ante la toma de Guernica hubiera habido un apoyo activo a las mujeres que ocupaban tierras ante situaciones sociales y de violencia de género desesperantes, se podría haber abierto una nueva tradición en el movimiento de mujeres, pero ahí el feminismo de Ministerio pesó más que la solidaridad de género.

El libro Brasil Autofágico describe bien el rol pernicioso de estas operaciones de asimilación estatal en Brasil: las modalidades de participación institucionalizadas también vaciaron el sesgo popular y clasista de las movilizaciones, explican allí. Y eso puede incluir la movilización, eh. Pero parte de técnicas de “desmovilizar movilizando”, encorsetando los movimientos sociales y las organizaciones de la clase trabajadora mientras se administra el desmantelamiento de la forma de trabajo asalariada más tradicional. La mayor fragmentación y divisiones de clases que genera, corporativizado también a los movimientos, no puede más que una aceleración de la fragmentación sobre la cual luego se basan las derechas extremas.

Volviendo a nuestro país, como Ícaro, todos y cada uno de estos movimientos, cuando se acercaron al sol del Estado, vieron sus alas derretirse. El kirchnerismo desarmó, desarticuló, silenció y desmovilizó, con un rol activo y consciente de muchas conducciones, a todos los movimientos que protagonizaron los principales movimientos en Argentina y que, sin duda, eran y son los llamados a enfrentar a la derecha. El gobierno de Alberto fue la frutilla en ese postre. Y eso explica, como decimos arriba, que faltaron a la cita.

Ideología de autoconsumo

Paralelamente a esa desmovilización, la llamada “agenda cultural” se volvió política de Estado, en el peor de los sentidos: un Estado que ajustó, acrecentó la desigualdad y se subordinó al FMI, empujando a la desesperación a millones, hablaba desde cómodos despachos de funcionarios y funcionarias desenchufados de todo pesar popular, de las batallas para enfrentar a una derecha fantasmal. Frente a eso, la derecha comenzó a comer el coco a todo un sector de la población que creyó que su desempleo, que su hambre, que su precarización era porque el Estado era grande, porque se le daba mucho espacio y presupuesto a los derechos sociales y civiles, y porque el Estado pisoteaba su derecho mientras enaltecìa a un sector “improductivo”. Ese fue el triunfo de MIlei: que esos sectores no cuestionen una política económica que garantizó la desigualdad (más riqueza para los ricos, polvo para el resto) sino que una buena porción de sectores populares concentre su bronca en otros sectores de trabajadores, desocupados, mujeres, diversidades, docentes. Lo curioso es que, en espejo, un sector del anterior oficialismo sacó una conclusión casi gemela: que se “boludeó” mucho con cuestiones de género, de feminismo, de progresismo, cuando el peronismo debía ayudar a resolver problemas concretos. Mayra Arena, entre otros, habla desde ese clivaje. Lo curioso es que en esas lecturas es muy difícil que se caiga un enunciado sobre qué habría que haber hecho, por ejemplo con el FMI, piedra de toque de la liquidaciòn económica nacional.Y el gran impedimento para “resolver problemas concretos” como el hambre y las jubilaciones de miseria.

Que la derecha utiliza las divisiones dentro de la clase trabajadora y sectores populares no es novedad, ni en el siglo XX ni en el que nos toca vivir. Francois Dubet lo señala en La época de las pasiones tristes: “Cuanto más se vive como singular la experiencia de las desigualdades, el juego de las comparaciones se establece con quienes están en mayor cercanía”. No señalar a los dueños del poder, no señalar al FMI y poner el foco en el “exceso de lenguaje inclusivo” solo favorece a una derecha que luego usa eso contra quienes “abusan” del Estado.

La pandemia solo empeoró todo: la apología de un Estado que se mostraba eficiente y superyoico mientras en su intimidad hacía fiestas, fue letal. El rol de un Estado que acrecentó su aspecto punitivo (Facundo Castro), su ajuste y su entrega, mientras se esgrimía discursos autocomplacientes, acrecentó la incomprensión profunda de sectores del progresismo y se alimentó el discurso misógino, anitobrero y “antiwoke”. Ahí comenzó el triunfo de Milei.

La estatización en la historia

Yendo más atrás en la historia podemos ver que la estatización de la que hablamos está ya en la génesis del movimiento peronista. Contra la virtual identidad que plantean algunos entre movimiento obrero y peronismo y que dan inicio al nacimiento político de la clase trabajadora con la irrupción de Perón, la clase obrera y los sectores populares en Argentina han hecho enormes gestas y acciones independientes durante salvajes décadas antes de que Perón fuera siquiera mencionado.

La organización obrera de finales del siglo 19, las grandes huelgas generales de principios de siglo 20, el peso del anarquismo, del socialismo y del sindicalismo revolucionario, el impacto de la revolución rusa, las grandes huelgas en el norte de Santa Fe, durante la Patagonia Rebelde o en los Talleres Vasena, o las grandes huelgas obreras en la década del 30, con peso del Partido Comunista, son apenas algunas pruebas de la enorme riqueza y la gran valentía y heroísmo, además de la espontaneidad y la organización, de la clase obrera y los sectores populares en nuestra historia, frente al resumen caprichoso del “peronismo para principiantes”. “Detalles” olvidados de una historia que para muchos comienza en 1945. Podríamos sumar, además, lo que hicieron otros sectores sociales, como los chacareros en El Grito de Alcorta y los estudiantes durante la Reforma Universitaria.

El surgimiento de Perón se basa sobre el creciente peso de un movimiento obrero organizado que cuestionaba el status quo y al mismo tiempo fue una respuesta a la posibilidad histórica de que esas acciones y organizaciones obreras conviertan a Argentina en un escenario revolucionario. Los procesos de estatización de las organizaciones de ese potente movimiento obrero, que hacía pocos años había conquistado su primera revolución triunfante en Rusia, tuvo aquí sus particularidades pero formó parte de un fenómeno internacional. El discurso en la Bolsa de Comercio de Perón grafica eso con una explicitud trágica. “La experiencia moderna demuestra que las masas obreras mejor organizadas son, sin duda, las que pueden ser dirigidas y mejor conducidas en todos los órdenes. (…) Los dirigentes son, sin duda, un factor fundamental que aquí ha sido también totalmente descuidado. El pueblo por sí, no cuenta con dirigentes. Y yo llamo a la reflexión de los señores para que piensen en manos de quiénes estaban las masas obreras argentinas, y cuál podía ser el porvenir de esa masa, que en un crecido porcentaje se encontraba en manos de comunistas, que no tenían ni siquiera la condición de ser argentinos, sino importados, sostenidos y pagados desde el exterior”, decía Perón.

Ante esa amenaza, Perón persuade a los empresarios de la conveniencia de otorgar determinado reconocimiento a los trabajadores, a cambio de abortar la posibilidad de la lucha de clases, que esos empresarios nunca dejaron de ejercer desde hace más de 100 años. La resultante fue que la clase trabajadora y sus organizaciones conquistaron una “ciudadanía política” a costa de la estatización y el encorsetamiento de sus organizaciones.

Ante el golpe de 1955 esas conducciones resultaron inútiles, el propio Perón opta “por el tiempo antes que la sangre” y se va del país en la cañonera paraguaya. Pero, previsiblemente, la sangre corrió igual para la clase trabajadora, que dio una batalla heroica sin conducción clara. Perón entró y salió de la escena para evitar un curso revolucionario.

La vuelta de Peron en 1973-1974, en última instancia, tuvo un rol análogo, más allá de las relecturas recientes que redescubren al tercer Perón. Independientemente de la aspiración del propio Perón de volver frente a dictaduras proscriptivas, el anhelo del retorno cobra un drama y una urgencia mayor luego del Cordobazo, que actualizaba las condiciones para que la “Argentina contenciosa” mute el escenario en una situación revolucionaria y un desafío anticapitalista. La voluntad de que Perón vuelva ya no era una justa aspiración personal y de su movimiento, sino que se convertía en una garantía para la clase capitalista de conjunto, un último intento de desvío antes de apelar, nuevamente, a los fierros.

En el reciente libro de Juan Manuel Abal Medina “Conocer a Perón”, el autor busca mostrar el rol pacificador del General en su vuelta y parte de la preocupación del líder del peronismo: las acciones de masas que ocurren a fines de la década del 60 no se hace con dirigentes peronistas al frente.No casualmente se apoya en la burocracia de Rucci y utiliza al movimiento obrero como ariete para negociar. El control de la burocracia sindical era la clave para evitar que la situación se radicalizara. El libro de Abal Medina peca de exagerar el peso de los debates con Montoneros y con las organizaciones guerrilleras. Pero de fondo había un problema un poco mayor: el descontento en el movimiento de masas, la situación económica que se vuelve insoportable en 1974 y que estalla en 1975, en el Rodrigazo. El Villazo abría, en ese marco, un horizonte negro para esa estrategia, el desafío a las conducciones tradicionales y la recuperación de sindicatos para los sectores combativos. De ahí la dureza de la represión. La pacificación, real o presunta, abre puertas a las represalias de la derecha peronista y la represión “democrática” del gobierno Perón-Perón, con la AAA.

La estatización de las conducciones sindicales y el rol de sus patotas para enfrentar a una clase trabajadora poderosa que, de a poco, se paró de manos a los empresarios, los mismos a los que dedicaba un bálsamo tranquilizador Perón en la Bolsa de Comercio: eso se vio en esos años dramáticos.

Una oportunidad para la redención

Lo único que tenemos garantizado en el futuro es que la clase dominante buscará profundizar sus ataques. Es un hecho a nivel mundial que aquí veremos profundizarse de la mano de nuevos acuerdos con el FMI.

La lucha de las jubiladas y los jubilados muestra un paso adelante y es un importante ejemplo ante eso, lo mismo la energía que se evidencia en cada marcha de mujeres, estudiantes y hasta hinchas. También muestran que las cuestiones más elementales, como la posibilidad de un sueldo que alcance para sobrevivir, están ligadas a las contradicciones centrales de esta sociedad capitalista.

La cuestión será si en las peleas venideras contra esos ataques las organizaciones de base, democráticas, que coordinen serán las que empiecen a imponer una nueva lógica contraria al estatismo paralizante y de una política que en defensa de la vida y los intereses de las mayorías no se detenga en las fronteras de los intereses de una clase dominante, incluso de sus sectores “nativos” cada vez más entreguistas a un imperialismo que muestra sus dientes para intentar atravesar su propia crisis.

Sin la autoorganización de base en los barrios, lugares de estudio y trabajo no se puede. Sin que esa fuerza esté puesta al servicio de recuperar las organizaciones sindicales y estudiantiles y sociales no alcanza. Estas fuerzas tienen que servir para democratizarlas desde abajo, buscando que tengan conducciones que no se subordinen a ningún gobierno que mantenga este régimen social.

Una propuesta política que rompa los límites corporativos, que pelee en los sindicatos por unir a los sectores “formales” con los “informales”, por un movimiento estudiantil que lucha por su futuro pero también por el de las y los jubilados. Para eso no solo hace falta la mayor coordinación posible sino garantizar las discusiones políticas al interior de las organizaciones con métodos democráticos, donde todos y todas sus participantes sean sujetos y no relleno para convocar a movilizar los días de fiesta.

Combinando la enorme espontaneidad que hemos visto en nuestra historia con la fuerza social de las organizaciones, y sumando el peso orgánico de sindicatos y centros con la fuerza de los sectores precarizados y desorganizados, no solamente se puede desafiar a la derecha, como hemos visto en el Cordobazo, sino preparar la pelea por una perspectiva antiimperialista y de poder para el pueblo trabajador.

VER TODOS LOS ARTÍCULOS DE ESTA EDICIÓN

Octavio Crivaro

@OctavioCrivaro

Sociólogo, dirigente del PTS y candidato nacional por el Frente de Izquierda-Unidad en Santa Fe.

Patricio del Corro

@Patriciodc

Sociólogo, dirigente nacional del PTS y legislador MC de CABA por el FIT-U

Más Noticias

Noticias
Relacionadas