Quebrado, pero íntegro. Así quiso despedirse Martín Demichelis. Orgulloso de sentirse riverplatense en un momento en el que su club, su gente, decidió darle la espalda. No tuvo reparo en mostrarse a corazón abierto, sensible. Sin rencores ni revanchismo. Aceptando sin ofuscarse un destino que otros decidieron por él. “Fui, soy y seré hincha de River”, dijo en su monólogo final.
Podría haberlo evitado desde que los dirigentes le comunicaron el sábado que hasta acá había llegado, que su gestión no daba para más, pero Demichelis eligió mostrarse en el Monumental como un técnico acongojado, dolido. No se ahorró su velatorio profesional, se sintió con fuerzas. La procesión interna se le traslució en cada gesto, en cada mirada. Su hijo Bastian, habitual alcanza-pelota, lo miraba a pocos metros sin contener las lágrimas. En uno de los palcos, su esposa Evangelina mostraba la seriedad de un luto.
En el adiós, su River se asemejó en algo al de la mejor versión bajo su mando. Recuperó parcialmente la memoria después de varios meses de amnesia con la pelota y de flojera mental. Y el triunfo 1-0, que debió llegar mucho antes que el golazo a los 42 minutos del segundo tiempo, tuvo un alto valor simbólico. Porque el estupendo zurdazo a un ángulo fue de Franco Mastantuono, el juvenil que Demichelis hizo debutar con 16 años y al que los dirigentes le pusieron una cláusula de rescisión de 50 millones de euros.
El gol en el cierre del partido aceleró la catarata de emociones. Un teatro de sentimientos. Ninguno más explícito y genuino que el del propio Demichelis. Ya se había abrazado con cada uno de los jugadores que reemplazó durante el encuentro. Ingresaron los dirigentes, encabezados por el presidente Jorge Brito y el vice Matías Matías Patanian, a darle el último abrazo dentro de la cancha. También aparecieron el “Beto” Alonso y el “Pato” Fillol para reforzar la malla de contención riverplatense.
Aunque no consiguió entrarle al hincha por el corazón, Demichelis fue a su función de despedida con una banda rojiblanca cruzándole una prenda negra. Para el segundo tiempo se puso directamente la camiseta debajo del abrigo. Se siente de River más de lo que admitieron los hinchas, quienes se ahorraron la cuota de silbidos –nunca fueron unánimes- que en los últimos meses le dedicaron en el Monumental. Aparecieron algunos reconocimientos tardíos. “Gracias Micho”, decía una bandera de dos metros por dos. Unas cartulinas con mensajes de gratitud. Y no mucho más.
Su salida bajó los niveles de tensión que hubiesen alcanzado un pico tras la decepcionante derrota en Mendoza ante Godoy Cruz. En el reparto de responsabilidades por el mal momento, desde las tribunas se apuntó ahora a los jugadores, a quienes se les recordó antes de que comenzara el partido: “Pongan más huevo, pongan más corazón… Ustedes mátense en la cancha que acá en la tribuna los vamos a alentar”. A los 25 minutos del segundo tiempo, cuando al equipo le faltaba serenidad y contundencia para cristalizar el dominio, desempolvaron el clásico “movete, River, movete…”
Lo más destacado de River 1 – Sarmiento 0
Si bien la coyuntura del cambio de entrenador ocupó la actualidad, hubo un partido que River no podía descuidar porque de los nueve puntos anteriores solo obtuvo uno, pobre cosecha, reflejada en su retroceso en las posiciones. Demichelis hizo cuatro cambios. Desistió de su innovación de Simón como lateral derecho, posición en la que siempre se le notaron más sus defectos que virtudes. Lo devolvió a su función natural de volante, donde fue más influyente por su capacidad para tocar y profundizar.
En la mareante rotación de números 5, esta vez la ruleta cayó en el casillero de Kranevitter. Por el inseguro Gattoni volvió González Pirez y Casco reapareció en el lateral derecho. Pronto, River se encontró con un desarrollo que fue un sudoku: penetrar en el muro verde de Sarmiento, que en el retroceso llegaba a pararse con una línea de seis. Se paraba delante del área como si fuera un equipo de hándbol.
El adolescente Mastantuono agarraba la batuta como si llevara largo tiempo en esto. Con la ductilidad de su zurda puso dos veces en situación de definición a Borja, pero esta vez el colombiano no estuvo certero, se cortó su racha de ocho partidos consecutivos marcando.
Veintinueve remates (nueve al arco) contabilizó River. Acosta mostraba buenos reflejos y ubicación para despejar varios, mientras otros intentos se iban desviados. Había una carga de nerviosismo sobre el equipo, que se mostraba ambicioso, pero también precipitado.
El majestuoso tiro libre de Mastantuono fue como sacar un tapón para liberar la última carga de adrenalina. A Demichelis lo terminó de embargar definitivamente la emoción. Juntó las palmas de sus manos sobre la cabeza en dirección a la cabecera Sívori, como pidiendo disculpas por si su contribución no había sido suficiente para conformar a un público al que nunca dejó de agradecerle durante un año y medio que llenara el estadio para apoyar al equipo. Solo con el partido finalizado y cuando faltaba poco para que se metiera en el vestuario, desde las tribunas bajó por primera vez en la noche el canto “Muñeeeeco, Muñeeeeco”. Como si antes no hubieran querido importunar. Ya se espera a Marcelo Gallardo, el ídolo, al hombre-estatua, mientras Demichelis se despidió como un caballero riverplatense.