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Germán Frers, el más prestigioso diseñador naval argentino especializado en yates, escribió: “Los propietarios del cúter ‘Ariel’ y los amigos que navegaban con ellos sintieron la necesidad de asociarse con el objetivo de promover y fomentar las regatas y los cruceros a vela y a motor”. Así refirió el episodio que llevó a que ese grupo de amigos fundara el Yacht Club Argentino el 2 de julio de 1883 eligiendo a don Hortensio Aguirre Anchorena como su primer comodoro.
Durante tres décadas la sede de la entidad fue ambulante, con idas y vueltas. Las carencias de fondos y las sucesivas transformaciones del puerto fueron un condicionamiento eterno. Funcionó al principio en la cubierta del “Ariel” y de manera intermitente entre la costa del Riachuelo y el puerto de Buenos Aires. Entre 1897 y 1915 la sede fue una casa flotante llamada Dunskey, fondeada primero en Tigre, luego en Dársena Sur donde salió a tierra sobre pilotes, para finalmente ser reparada y trasladada flotando a la Dársena Norte.
Finalmente, en 1914, el Gobierno le otorgó un sector del espigón Sur de la Dársena Norte del Puerto de Buenos Aires. Y el 3 de agosto, el socio, propietario del velero “Rose France” y célebre arquitecto francés Edouard Le Monnier les dirigió una carta a las autoridades celebrando el otorgamiento del predio e instando a no tardar en construir la sede y que había pensado y trazado un proyecto edilicio que haría “honor al Yacht Club y al país”.
Talento y creatividad estaban garantizados para encarar la construcción con el parisino nacido en 1873 que arribó a estas costas a los 23 años después de haber estudiado en L’École Nationale des Arts Décoratifs de la capital gala. Revalidó su título en la UBA y llegó a ejercer la titularidad de la Sociedad Central de Arquitectos. Sus primeros logros edilicios ya fueron demolidos; pero en el presente disfrutamos de importantes obras como la Nunciatura Apostólica (ex Palacio Fernández Anchorena) y cinco edificios Bencich, entre otras.
El nuevo emplazamiento, inaugurado el 23 de diciembre de 1915, muestra una silueta con una original volumetría asimétrica que la asemeja al casco de un barco, incluyendo una cubierta curva que mira al Río de la Plata, una puerta de entrada con un timón, ventanas circulares circundadas por salvavidas simulando ojos de buey, mientras que en todos sus ambientes (comedor, salón de lectura, sala de reuniones, bar, biblioteca…) la decoración tiene un estilo náutico con una adecuada boiserie con piezas de instrumental de embarcaciones, réplicas de veleros que dejaron historia y trofeos.
Sin embargo, uno de sus mayores logros –mérito del espíritu lúdico de Le Monnier que recurrió a un lenguaje diferente y simbólico– es que el edificio también parece un faro por la estructura de su torre con puertitas de salida para mirar el horizonte y que su cúpula remata en una gran esfera de vidrio con armazón de hierro e iluminada, lo cual se distingue desde lejos. Por supuesto, es un mirador estratégico para disfrutar de estupendas vistas del río y de los rascacielos de Retiro y Puerto Madero.
Alrededor, entre ligustros, tipas y ceibos, los espacios abiertos son elegantes, cuidados y disfrutables para ser espectador de regatas o descender por las escaleras que conducen a los muelles del embarcadero donde descansan los estilizados veleros con sus palos mayores oscilando levemente.
En 2001 el edificio fue declarado Monumento Histórico Nacional y hace exactamente una década recibió un merecido lauro: “Edificio emblemático de Buenos Aires”. Así lo menciona una placa de reconocimiento al YCA por parte de la Asociación Art Nouveau de Buenos Aires fechada el 20 de agosto de 2014.
“El estilo arquitectónico de la construcción se encuadra en la llamada Secesión vienesa, denominación con la que se conoce al art nouveau austríaco… Por su magnífico diseño y situación privilegiada en el acceso al puerto de Buenos Aires, se ha convertido en un ícono arquitectónico de la ciudad y constituye la obra emblemática del arquitecto Le Monnier”, refirió la resolución.
El presente, el pasado histórico y una biblioteca esencial
Es el Club de vela más antiguo y tradicional de la Argentina, el más relevante por su historia, tradición, relevancia internacional y flota. Tal es el protagonismo que muchas personalidades, diplomáticos, científicos y empresarios han visitado el bello edificio, como príncipes, el explorador polar Jean Charcot, Albert Einstein, los aviadores del Plus Ultra, artistas extranjeros como Lana Turner, Rita Hayworth, Walt Disney y el eterno Paul McCartney.
El comodoro actual (cargo propio de la vida naval luego tomada por la profesión aérea), Alberto Urani, comenta que “el Club está únicamente relacionado con el yachting de vela y motor, no tenemos otra actividad deportiva. La identidad es la relación de los socios con el río, con el mar y con la navegación. Este es el espíritu y la línea institucional que tiene desde sus orígenes y es el primero en esta disciplina”.
En cuanto a su rol competitivo, asegura que “siempre estuvo abocado a la organización de regatas locales en los fines de semana y en distintas clases, incluyendo algunas importantes como la Buenos Aires-Rio, la Mar del Plata o el circuito Atlántico Sur, y también se dedica a la promoción de cruceros y competencias de motonáutica. Así como también nos ocupamos de la formación de navegantes comenzando con niños de 8 años con veleritos Optimist y siguiendo con jóvenes y adultos”.
La institución, además de Dársena Norte, dispone de filiales en Playa Grande y el Puerto Deportivo, Mar del Plata (desde 1924), San Fernando (desde 1932) y en la Isla Zárate del Partido de Tigre, en todos los casos con instalaciones y servicios para los asociados.
El YCA está celebrando que se cumple el centenario de la primera participación de un equipo de vela en los Juegos Olímpicos: fue en 1924, también en Francia, con el barco Bluered, diseñado por Charles Nicholson a pedido del socio Santiago Soulás y cedido con ese propósito. Coincidentemente, en estos días, de los 136 atletas argentinos listados en la nueva edición olímpica francesa, dos son integrantes del club, Lucía Falasca y Francisco Guaragna, quienes compitieron en clase ILCA.
Otro aspecto asombroso del Yacht es la Biblioteca especializada de náutica deportiva. Atesora colecciones de revistas argentinas y extranjeras sobre navegación y barcos, incunables sobre diseños de embarcaciones históricas … en un nivel que la ubica como referencia ineludible de consulta para investigadores del país y del exterior. Por supuesto, el espacio, el mobiliario, la boiserie, las estanterías y la iluminación se corresponden con el material que alberga.
Tomás Waller, responsable (apasionado y memorioso) del archivo y de la amplia Biblioteca “Celesto Fernández Blanco” con 5.000 volúmenes en dos plantas, expresa que “seguramente es la biblioteca de yachting más importante del Cono Sur, que fue creciendo por las valiosas colecciones donadas por socios con el propósito de contar con una colección especializada de libros y publicaciones periódicas de Francia, Inglaterra, Estados Unidos y la Argentina”.
Hablando de archivos, son muchos los veleros hoy históricos que fueron relevantes. La memorabilia destaca el “Edelweiss”, una goleta de 24 m construida en 1905 por el reconocido astillero inglés Camper & Nicholsons, que trajo al país el socio Manuel Quintana. Desafortunadamente, lejos del sailing, el navío terminó sus días como pesquero de merluzas hasta hundirse en las costas de Brasil. Un modelo a escala, inmaculado, lo recuerda en el Bar de Dársena Norte.
Si de evocaciones se trata, hubo un suceso que atrajo la atención internacional y estuvo vinculado con la historia de la institución cuando los porteños colmaron las instalaciones para ser testigos bulliciosos de una hazaña aérea. Aconteció al mediodía del 10 de febrero de 1926 cuando el hidroavión español Plus Ultra, de 22 m de envergadura, acuatizó en el Río de la Plata frente al YCA, epopeya que implicó el primer vuelo transatlántico entre ambas naciones. Bombas de estruendo, griterío, vivas, sirenas y bocinas cercanas le dieron un marco fabuloso a la festiva noticia.
El raid aéreo de los cuatro tripulantes tardó casi 60 horas en varias etapas para recorrer unos 10.000 km desde que despegó el 22 de enero de Andalucía. El Plus Ultra fue luego donado por el entonces rey hispano a la Argentina donde se usó para la actividad postal hasta ser retirado del servicio. Está expuesto en el Museo del Transporte de Luján.