sábado, 22 febrero, 2025

Buenos muchachos: la película de Scorsese que tuvo una fría recepción pero consiguió un tardío (y algo absurdo) acto de justicia

La historia de Buenos muchachos, como tantas otras -por casualidad, imaginario popular o mito urbano-, comienza en un aeropuerto. El protagonista es Martin Scorsese, y la excusa, un avión demorado. Para matizar la espera, el director había decidido comenzar a leer el libro Wise Guys. Life in a Mafia Family, de Nicholas Pileggi. No queda claro cómo lo consiguió, pero digamos que lo compró en el lugar, como para apuntalar la fantasía. Corría 1986, Scorsese venía de filmar El color del dinero, y estaba ávido de nuevas ideas. Conforme fue avanzando su lectura, entendió que tenía en sus manos, la materia prima de su nueva película.

Wise Guys se basaba en la historia real de Henry Hill, un mafioso de segunda que se había salvado de pasar una vida en prisión denunciando a sus colegas (su testimonio redundó en más de 50 condenas), y entrando en un programa de protección de testigos. Pileggi no solo era un experto en el tema, sino que además había conseguido el testimonio del mismísimo Hill. Luego del estreno de Buenos muchachos, el escritor contaría: “Recibí la consigna de tomar un avión hacia una ciudad y esperar en un motel. Cuando Henry llegó, iba custodiado por dos agentes federales y, tras unas horas en su compañía, me di cuenta de que, a pesar de que él era un pequeño delincuente, se había codeado con los ‘grandes’. Era una fuente preciosa sobre la realidad y la vida cotidiana de un malhechor”.

“De joven, Henry había sido literalmente hechizado por este tipo de vida. Su memoria era muy precisa y fértil en imágenes. Era el personaje ideal para una entrevista porque, además, si jamás puse sus relatos en duda fue porque había negociado un trato con la justicia. Aceptó ser testigo de cargo a cambio de protección para él, para su mujer y sus niños. En contrapartida debía testimoniar para la acusación en asuntos criminales y si cometía el mínimo falso testimonio, su estatuto sería revocado y debería volver a la cárcel donde, seguramente, habría sido asesinado en menos de una semana. En el curso de toda mi carrera periodística jamás había escrito sobre alguien cuya vida dependiera de su veracidad”, señalaba Pileggi.

Más se adentraba en el libro, más entusiasmado estaba Scorsese con filmar esa historia. Y a la distancia, no se puede menos que admirarle la valentía: hay que ser muy osado para buscar resignificar el género mafioso en el cine luego de El Padrino. Ni siquiera Francis Ford Coppola -autor de la original- pudo. Y precisamente eso fue lo que le hicieron saber al realizador italiano varios de sus colaboradores.

Y Scorsese: “Que sí”, “qué yo puedo”, la idea se le había metido en la cabeza de tal forma, que no hubo manera de hacerlo cambiar de opinión. Hasta que llegó el primer escollo, en principio insalvable: cuando intentó comprar los derechos, alguien ya le había ganado de mano.

La desilusión de Martin Scorsese cuando descubrió que los derechos del libro de Nicholas Pileggi ya habían sido reservados, no pudo ser mayor. Pero por suerte le duró poco. Quien había tenido la misma idea que él, pero había sido más rápido de reflejos, era su amigo Irwin Winkler (productor de Rocky, de Cerca de medianoche; y junto con Scorsese de New York, New York y Toro salvaje). Alcanzó un llamado telefónico, para que los dos hombres se pusieran de acuerdo para llevar adelante el proyecto juntos. Hasta había estudio, Warner, y una idea de presupuesto: 26 millones de dólares. Buenos muchachos estaba un paso más cerca de hacerse realidad.

Joe Pesci y Ray Liotta, en una escena de la películaWARNER BROS.

El siguiente paso fue sumar al autor de la novela original, para que ayudara en la adaptación (que terminó firmando Scorsese). Y aunque este tipo de sociedades suele terminar mal, este caso fue una excepción. “Trabajamos muy bien juntos -recordaba Pileggi-. Marty se aseguró de que ambos estuviésemos de acuerdo sobre la forma en la que debía desarrollarse el libro, y el primer borrador fue una simple cronología que empezaba con la infancia de Henry. Después la retomamos escena por escena. Regularmente, él llegaba con un paquete de notas, nuevos diálogos, nuevas escenas o nuevas ideas. Yo tomaba sus notas y las integraba con las mías para tramar una nueva versión. Fue así como progresivamente conseguimos disponer de un guion. Igualmente, yo conté un total de once versiones sucesivas”. Una de las primeras decisiones del binomio fue buscarle un título, ya que el del libro podía confundirse con Wise Guys (estrenada en nuestro país como Dos locos sueltos), película de 1986 dirigida por Brian de Palma y protagonizada por Danny De Vito.

Paul Sorvino y Ray Liotta en Buenos Muchachos (Goodfellas)

La complejidad del trabajo de adaptación fue tal que, mientras tanto, Scorsese tuvo tiempo de empezar y terminar La última tentación de Cristo (1988) y su episodio para el tríptico Historias de Nueva York (1989).

Sin embargo, el director nunca se desentendió de Buenos muchachos y, en su tiempo libre, se dedicaba a reunir al posible elenco. Como apunte curioso, especialmente tratándose de una película sobre la mafia, el realizador decidió rodearse de amigos, “de la familia”, como él los llamaba. Robert De Niro (luego de que Al Pacino dijera que no por miedo al encasillamiento), Joe Pesci, Lorraine Bracco (por entonces casada con otro amigo de la casa, Harvey Keitel), Paul Sorvino… Hasta Charles y Catherine Scorsese tuvieron pequeñas apariciones: él como un compañero de celda del protagonista, y ella como la madre de Tommy. También en un pequeño papel estaba Illeana Douglas, pareja del director en ese momento.

Martin Scorsese, durante el rodaje de la películaCinematic

La única excepción fue Ray Liotta, que nunca había trabajado con el realizador y cuya experiencia estaba mucho más vinculada a la televisión que al cine. Que Scorsese eligiera a “un extraño” para el personaje principal, comenzó con una situación tan fortuita, que resulta digna de ser el guion de otra película.

“Cuando presenté La última tentación de Cristo en el Festival de Venecia -recordaba Martín Scorsese- atravesé el vestíbulo del hotel Excelsior rodeado por una docena de guardaespaldas (en ese entonces, el director había sido amenazado por grupos religiosos) para dirigirme hacia una emisora de radio. Ray Liotta, que se encontraba en el bar, vino hacia mí. Uno de los gorilas movió el brazo para rechazarlo y Ray hizo un gesto, poniendo las dos manos sobre su rostro, con un aire defensivo, como queriendo decir: ‘Está bien, no hay problema’. No es que en aquel momento yo me dijera ‘es él’, pero me gustó su modo de comportarse con el guardaespaldas, y me dio la impresión de ser una persona que tiene un gran control de la violencia”.

La elección de Liotta como protagonista fue resistida por el productor Irwin WinklerWARNER BROS.

Más difícil fue convencer a Irwin Winkler, que no quería saber nada con Liotta. El actor tuvo que reunirse a solas con él y ofrecerle sus razones de por qué era el mejor para llevar adelante el protagónico. Al día siguiente, el productor dio el visto bueno. En el camino quedaron Val Kilmer, Alec Baldwin, Tom Cruise y Sean Penn, que eran una mejor opción para Winkler. Con el tiempo, el actor se referiría a esta falsa de confianza en él: “Habrían preferido a Eddie Murphy, antes que a un actor con poca experiencia como yo”.

El rodaje de Buenos muchachos se desarrolló esencialmente en Nueva York, en lugares muy cercanos a la infancia del realizador, que conocía de memoria y a los que sabía que les podía sacar el mejor partido. Cada integrante del elenco también aportó lo mejor de sí. Joe Pesci, por ejemplo, años después se adjudicó la famosa escena de “¿Funny How?”, que le valió un Óscar. De acuerdo a su testimonio, se inspiró en una situación real que protagonizó siendo adolescente, en un bar, con un auténtico mafioso que le quiso dar un susto.

El propio Henry Hill aseguró que la interpretación del actor -que caracterizaba a un gangster real- había sido casi perfecta salvo por un detalle: el verdadero Tommy medía casi dos metros.

No fue el único contacto entre el elenco del film y la mafia. Durante mucho tiempo se aseguró que el verdadero Jimmy Conway (en realidad, Jimmy Burke) había llamado a Robert De Niro desde la carcel para felicitarlo y agradecerle por lo bien que lo había interpretado. Por otra parte, también se dijo que el actor durante el rodaje, llegó a hablar hasta ocho veces por día con Henry Hill, para pedirle detalles sobre los movimientos y la forma de actuar de Jimmy. La obsesión del artista fue tal que hasta llegó a preguntarle cómo agarraba un cigarrillo, o cómo le ponía ketchup a la comida.

A pesar del esfuerzo y la dedicación que puso Martin Scorsese en Buenos muchachos, elementos que se valoraron con el paso del tiempo, el entusiasmo por su lanzamiento no fue directamente proporcional al posterior. La película se estrenó en Estados Unidos en septiembre de 1990, y obtuvo una recepción algo fría de parte de la audiencia. El espíritu del público era otro, por lo que fue cómodamente superada por títulos como Mi pobre angelito, Duro de matar 2, Mujer bonita y Ghost, la sombra del amor.

Esa tendencia continuó en la posterior entrega de los Oscar, donde Buenos muchachos solo fue nominada a seis estatuillas, quedándose como ya se dijo, solo con la de Mejor actor de reparto de Pesci. Hasta un despropósito como Dick Tracy cosechó más nominaciones y más premios. Igualmente, peor le fue a El Padrino III, que ese año se fue a casa con las manos vacías. Un absurdo, de esos a los que Hollywood nos tiene acostumbrados. En contrapartida, en 2005 el film de Scorsese fue elegido por la revista especializada Total Film, como “la mejor película de todos los tiempos”, seguida por Vértigo y por Tiburón. Un acto de justicia que, digamos todo, también encierra otro absurdo. Ni tanto, ni tan poco.

Buenos muchachos, el sueño de aeropuerto de Martin Scorsese, se convirtió en la última gran película sobre la mafia que dio el cine norteamericano, por su historia, por su elenco, y por sus hacedores. Este retrato de un hombre que se construyó a sí mismo en un entorno de violencia y excesos, hasta que perdió por completo el control de quién era o quién quiso ser, a la distancia adquiere una nueva dimensión. Y se transforma en uno de los últimos estertores de una manera de hacer cine y de contar historias, que ya no existe. Y que se extraña mucho.

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